domingo, 31 de agosto de 2025


He recibido de ti la herida celeste.

Es una delicada escalera blanca conduciendo hacia el mar, bajo el último rubor del cielo.

Son unas flores frescas tiradas en la arena.

Es un pez nadando junto a la superficie transparente, verde y dorado.

Son tus labios prometiendo un beso.

***

Y de repente encuentro un ser perfecto.

Negra cabellera de azabache, cuerpo altivo y rostro de una dulzura que lastima.

Debo hipnotizarte, para llevarte a la soledad y a la noche.

En el amor y en la guerra todo vale: magia negra y el talismán de Circe.


***

Sobre el horizonte marino los violetas y malvas del cielo se disuelven en un azul profundo y éste ya es la noche.

Abrazados contemplamos el crepúsculo, luego nos besamos en la orilla confundidos con la oscuridad.

Es como si besara la noche. Sólo distingo el brillo incierto de tus ojos, como astros reflejados en las olas.

Sube a mi barca velera, y te llevaré hasta una isla tan lejana que no tiene nombre.


***

Soy un poeta de hoja perenne.

Descansa bajo mi sombra y prueba mi fruto de larga vida.

Enlazada a mi tronco como una hiedra.

Así pasarán las noches y los días, y los años.

Un invierno remoto nos encontrará resecos, aún abrazados.


***

Noche de brisas locas.

Tu cuerpo de luna sale a buscar el amor entre los pinos oscuros.

Guiado por un impulso interior, con éxtasis presentido, como si no hubiese un mañana.

No existe mañana. La caricia está a punto hoy.


***


Estábamos en la montaña: te ofrecí mi chaqueta porque el viento helaba.

La aceptaste, y a medida que tu cuerpo entraba en ella, tú lo hacías en mi corazón.

¿Lo ves? Somos uno ahora.

Ya sabes… cuando sientas frío en el alma, sólo pídeme prestada mi chaqueta roja.


***


Tus pupilas de gato se agrandan arrastrándome dentro de ellas.

Afuera hay un decorado de almohadones rosas y verdes sobre un sofá de mimbre, junto a un biombo con flores despintadas.

Apenas distingo todo esto en los ángulos de mi visión cautiva.

Prisionero de tuso ojos. Siento cómo me voy transformando en pájaro.


***


La nube luminosa apareció de la nada. Venía lenta, como una semilla de cardo traída por la brisa.

Lejos debajo mío, las luces de la ciudad.

De pronto te vi junto a mí. La nube no estaba más.

Cabellera riquísima, ojos de zafiro. Carne de luna, sedienta de mi sangre.


***


Olor a miel. No probarla, sólo sentir su aroma.

Así he percibido el olor de tu cuerpo, sin tocarlo. Pero sé bien cómo sabe.

Y puedo llegar al éxtasis por los recuerdos de nuestra pasión evocada.

Hundido el rostro en tu cabellera he perdido el sentido y olvidado mi nombre.


***


Un cuadro azul sobre la pared azul.

En el cuadro, unas pocas flores amarillas desmelenadas por el viento.

Mis sentimientos son iguales a esas flores, frágiles y temblorosos, encendidos de ilusión.

Un soplo tuyo puede apagarlos.


***

Y Dios creó a la mujer.

El hombre fue sólo un ensayo mal hecho. Muy inteligente, sí, porque lo imperfecto necesita estrategias para sobrevivir.

Pero la mujer es perfecta, ella encarna la inspiración divina.

Y Dios también es el Diablo.


***

Dulce y paralizado, como el mar en calma.

Tu cuerpo sinuoso vibra junto a mí bajo el sol agobiante del verano.

¿Vamos a bañarnos? Vale, vamos.

Nuestras sombras alargadas se unen y entran al agua como un niño gigante, inconsciente, feliz.


***

Calles oscuras empedradas, con apenas una farola vacilante por esquina.

Nuestros pasos resuenan entre las fachadas silenciosas, bajo las estrellas que brillan como en el campo.

Somos los dueños de la noche: nadie más se ama en este pueblo dormido.

Con besos en el zaguán y confesiones en susurros hasta el amanecer.


***

Abrazada a tu almohada sonríes con los ojos cerrados.

Desde el fondo de tu sueño comprendes que te estoy mirando.

El amor es una presencia intuida, un apretón cálido en la mano.

El amparo de un alma contra las nieves de la soledad.


***

Hoy llueve. El mar plisa su sábana verde botella bajo un cielo de plomo.

Lejanas olas rompen contra el arrecife, disolviéndose en estallidos de espuma.

La lluvia forma lágrimas en mis mejillas mientras recorro el paseo marítimo, pero yo estoy feliz en medio de tanta tristeza.

Imagino un bistró acogedor y pienso en tomar un café imposible contigo.


***

Gaviotas planeando junto al balcón del Mediterráneo.

Lejos, la bahía rodeada de rascacielos les sirve de fondo, bajo un cielo amarillo pálido.

Mi corazón vuela con ellas en libertad, buscando el sol entre la bruma.

Y también siente vértigo, amenazado por el ladrido abismal de la profundidad.


***

Nos desnudamos con los dientes. La urgencia de la cópula hace saltar botones, cortar breteles.

Te arrincono contra la pared entre jadeos, mientras tus piernas me enlazan.

Fuerzo la entrada a tu cuerpo con el brío heredado de mis antepasados.

Y juntos descubrimos el oculto camino al éxtasis.


***

Me llevas a lo profundo.

“Démosle la vuelta al peñón nadando”.

Anochece. No sé si seguirte. Pero tú me enlazas riendo y enciendes mi pasión al tiempo que me ahogas.

Canta ahora, sirena, suena la hora del naufragio.


***

Un viejo barco navega hacia la cortina rosa del crepúsculo

Mi amor va en él, ilusionado.

La cortina va cambiando de color imperceptiblemente: lila, morado, azul oscuro…

Ahora es negro constelado y mi barco perdido no sabe cuál estrella seguir.


***

En este pueblo costero hay casas blancas, y barcas pesqueras sobre la arena, y redes con peces moribundos.

Frente al mar hay una mujer melancólica esperando a su hombre, con la mirada perdida en el horizonte.

Tú no has vivido esta vigilia: no eres la mujer de la playa, ni yo soy el marino.

He pasado por aquí como una sombra y nadie se dio cuenta.


***

El mar tiende su red dorada sobre la arena. Pesca almejas, caracoles, niños.

Los atrae a lo verde, donde nadan los mayores; a veces son arrastrados al azul profundo, de donde no regresan.

También tú te fuiste al azul, abandonándome para no volver.

Pero un día la marea te devolverá muerta, con una corona de novia hecha de algas.


***

Sin destino. Vagando por tierra extranjera. Sin afectos. Sin planes.

Ahora veo lo que vale mi vida: cuando muera, sólo provocaré un encogimiento de hombros en quienes me conocieron.

Y el amor aleteando por ahí es apenas un pájaro extraviado.

Yo estoy como un papel que el viento lo lleva para cualquier lado.



He recibido de ti la herida celeste. Es una delicada escalera blanca conduciendo hacia el mar, bajo el último rubor del cielo. Son unas ...